La soberbia, cinismo, falta de autocrítica e incoherencia han sido un continuo en la política mexicana. En una gran parte de quienes la ejercen. Sin distinción de partidos o sexenios. Más cuando tienen poder. O para ser más puntuales: cuando están “en la plenitud del pinche poder”, citando al finado ex gobernador de Veracruz, Fidel Herrera.
A mayor poder, mayor desmesura verbal. Acompañada de aires de grandeza y pureza. También de mofa y escarnio continuos hacia cualquier tipo de oposición.
Casi homologados en las formas y prácticas, la distinción principal entre políticos está en sus discursos y mantras. Que tarde o temprano los alcanzan…
Un ejemplo es el caso del hoy prófugo ex secretario de seguridad pública de Tabasco, Hernán Bermúdez, y el silencio y desaparición pública de su ex jefe y gobernador, Adán Augusto López.
Lo que pasó en Tabasco no es nuevo en México: un criminal como cabeza responsable del combate al crimen. ¿Alguien duda de que los haya actualmente en otros estados o municipios?
El caso más emblemático es el de Genaro Garcia Luna. Que ha sido una de las banderas favoritas de Morena para dar sustancia a su mantra “nosotros no somos iguales”.
Y es justo a la luz de ese mantra que se vuelve inevitable la comparación entre ambos casos: Garcia Luna es a Calderón lo que Bermúdez a López. Más allá de las similitudes y diferencias que puedan tener.
Lo que le duele a Morena es que lo “igualen”, que le exijan lo mismo que exigía. Sus esfuerzos de comunicación están enfocados en evitarlo. No busca aclarar la situación ni llamar a rendir cuentas a los suyos. ( Lo que es una práctica recurrente de todos los partidos y gobiernos. Algo que también los iguala.)
Otro factor que agrava el asunto es el registro de las palabras mañaneras de AMLO sobre la omnisapiencia del presidente; que ahora la oposición hace extensible a los gobernadores de Morena y sus gabinetes.
Es el bumerán del discurso, que desde los ladrillos del poder no se ve venir sino hasta que pega.