La decisión del gobierno mexicano de no asistir a la próxima Cumbre de las Américas, alegando que “no se debe excluir ningún país” y priorizando atender emergencias nacionales, parece un capricho ideológico más que una estrategia de política exterior.
La política hacia Latinoamérica parece atravesada por afinidades ideológicas más que por principios consistentes de interés nacional o promoción de valores democráticos.
México desconoció el gobierno de Dina Boluarte en Perú (recientemente destituida) y defendió al expresidente Pedro Castillo, a pesar de haber intentado un golpe de Estado, buscando la disolución del Congreso e intervención del Poder Judicial. A pesar de ello, Sheinbaum sostiene que, por el contrario, el golpe fue contra Castillo, por lo que no reconoce a las autoridades subsecuentes. Al mismo tiempo, México rompió relaciones con Ecuador tras la violación de su embajada en Quito, después de que México intentara proteger al exvicepresidente Jorge Glas en su sede diplomática. Nuestro país no ha tomado ninguna acción para restablecer las relaciones.
El contraste con los gobiernos de izquierda es claro. Resulta preocupante que la afinidad ideológica se lleve al extremo de protestar en favor de regímenes dictatoriales, como lo son Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El presidente dominicano Luis Abinader, en esta ocasión anfitrión de la Cumbre, respondió con ironía ante el anuncio de que Sheinbaum no asistirá a la Cumbre de las Américas. "Yo voy a contestar con las mismas palabras que la presidenta Claudia cuando le preguntaron qué opinaba sobre el Premio Nobel de la Paz y ella dijo: ´no comentarios´”.
Una política exterior seria no puede ser esclava del alineamiento ideológico. Es preocupante que esos regímenes sean objeto de la defensa de México y no de señalamientos por las violaciones sistemáticas que cometen contra sus ciudadanos.