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Michoacán, ¿una fiesta vibrante?

El gobierno de Michoacán lanzó su campaña de promoción turística para las celebraciones de Día de Muertos. La frase que eligieron como lema de la campaña fue “En Michoacán, la muerte se convierte en una fiesta vibrante”. Dejando de lado la estrechez de miras del equipo que concibió y validó este lema, la oración sí parece describir con una ironía dolorosa, la realidad que vive el estado. 

La muerte en Michoacán es, efectivamente, una fiesta vibrante convocada por el crimen organizado y el gobierno de Alfredo Ramírez Bedolla, un invitado pasivo. 

En los últimos días, dos asesinatos de alto perfil pusieron el foco en el clima de violencia que se vive en Michoacán. El primero fue el de Bernardo Bravo Manríquez, líder de los productores de limón en el Valle de Apatzingán, secuestrado y asesinado por oponerse a las extorsiones del crimen organizado. El segundo fue el de Víctor Manuel Velázquez Castillo, subdirector de la policía municipal de Indaparapeo, acribillado mientras viajaba en su automóvil. 

De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Michoacán ocupa el séptimo lugar en homicidios dolosos a nivel nacional. Junto con los otros seis estados más violentos, concentra más de la mitad de los asesinatos del país. Es también el cuarto estado con más policías asesinados —28 en lo que va del año— y uno de los que más padecen las disputas territoriales entre bandas criminales. 

Ante la ausencia del Estado, han resurgido grupos de autodefensa que intentan hacer lo que el Estado no puede hacer por ellos: protegerse. 

Estos son los elementos de la terrible “fiesta vibrante” que vive el estado de Michoacán. Es hora de clausurarla.